Estamos a las puertas de dos fines de semanas largos que nos deberían llevar a cavilar sobre las obras de hombres muy vinculados con nuestra tierra norteña: Martín Miguel de Güemes y Manuel Belgrano. Sin embargo, es cada vez más frecuente que estas efemérides disparen otros debates. Uno seguramente está apalancado en las crisis que vienen deteriorando los ingresos y debilitando la calidad de las fuentes de trabajo de los argentinos desde hace por lo menos 30 años. ¿Es importante cerrar el comercio, las escuelas y las oficinas para recordar algún acontecimiento del pasado? ¿O es preferible reducir la cantidad de jornadas conmemorativas y privilegiar el hecho de que la gente pueda trabajar? Es una discusión en la que hay demasiados matices a tener en cuenta antes de sentar una postura. De todos modos, la singularidad del calendario de junio nos habilita algunas reflexiones.
Los feriados funcionan como mojones en el almanaque. Le imprimen a la currícula escolar la obligación de trabajar sobre la construcción de identidad mediante el recuerdo de hechos significativos y ejemplos de vida que deberían convertirse en arquetipos a imitar. Este es el caso de los héroes y de los próceres. Y aquí entran, sin dudas, Güemes y Belgrano, sobre quienes vamos a volver más adelante. Pero como tucumanos, salteños y jujeños tal vez cabe preguntarnos si no existe un desbalance en lo que podríamos denominar el “ranking” de los feriados.
Manuel Belgrano, por sus contemporáneosSi partimos de la idea de que estas fechas deben funcionar como recordatorios de hechos relevantes para nuestra cohesión nacional, acontecimientos capitales en el proceso de la independencia argentina, como el Éxodo Jujeño y las batallas de Tucumán y de Salta, parecen ubicarse por debajo de otros sucesos en la consideración general, porque poseen el status de feriados provinciales. Es decir, salvo en las escuelas, a nivel nacional no tienen mayor trascendencia. En cambio, episodios como la batalla de Vuelta de Obligado se conmemoran con festivos nacionales. Sin desmerecer este incidente ocurrido en tiempos de Juan Manuel de Rosas en la provincia de Buenos Aires, es claro que la relevancia histórica entre los tres del norte y este último es, como mínimo, distinta. No hay que olvidar que la igualdad no sólo se construye en el campo de lo económico -donde el NOA ha sido relegado históricamente- sino también en el campo simbólico, en el que los feriados tallan con fuerza.
(Comentario al margen: es una lástima que los diputados y los senadores tucumanos a veces luzcan tan ocupados en las pequeñeces de sus egoísmos políticos y personales como para ocuparse de estos temas. Pero en este espacio nos ilusionamos: tal vez alguno de ellos nos sorprenda haciendo rosca en el Congreso a favor de las memorias de María Remedios del Valle, de “Perico” Bandurria, del “Negro” Montaño -rescatados en una muy recomendable nota que Jorge Olmos Sgrosso publicó en LA GACETA el 23 de septiembre del año pasado- y de tantos otros héroes olvidados en el Campo de las Carreras.)
Fundaron una patria
En el segundo de los seis tomos de la “Historia del General Güemes”, Bernardo Frías traza un cuadro que permite dimensionar el impacto de la Batalla de Tucumán para el desarrollo de una Revolución que, en la segunda mitad de 1812, se encontraba endeble. Buena parte de sus argumentos han sido reproducidos innumerables veces (Frías murió en 1930) y no nos vamos a detener en ellos. Pero sí vale la pena reflexionar sobre un párrafo en particular. Es el siguiente: “(...) con el triunfo obtenido, Belgrano salvó el presente y aseguró el porvenir (...) a la victoria contribuyeron otros esfuerzos tan patrióticos y oportunos cual los suyos, siendo el suceso obra colectiva de todos, parte de (Bernabé) Aráoz, parte de (José) Moldes, del entusiasmo del ejército, y de la cooperación de los emigrados y del pueblo tucumano (...). Tres fueron los héroes a los que la patria debía la victoria: Belgrano, Aráoz y Moldes; pero del primero dependió la decisión y fue suya toda la responsabilidad; suya sea también la mayor parte de la gloria”.
También a Güemes debemos la independenciaDesde el fondo del tiempo, lo que nos dice Frías -uno de los pioneros en organizar y publicar de modo sistemático la historia de las provincias del norte junto con el tucumano Juan B. Terán y con el jujeño Joaquín Carrillo- es que, de algún modo, Argentina se fundó en Tucumán. Porque a la batalla no la ganó un ejército, sino un conglomerado de personas de orígenes, tierras y recursos tan variados como la ecléctica identidad nacional que empezaría a desarrollarse a partir de entonces y que se enriquecería aún más con la inmigración posterior. Gauchos, patrones, peones de campo, vecinos de la ciudad, hombres ricos, comerciantes, el pobrerío, militares, indígenas de las quebradas y de la Puna, estudiosos de las leyes (como el mismísimo Belgrano), porteños, salteños (Moldes a la cabeza), jujeños arrastrados por el éxodo, tucumanos y tantos otros ganaron más que una batalla; fundaron una patria y la concibieron aquí, lo cual no es poca cosa.
Don Bernabé se merece algo mejor
Enumerar los aportes que Güemes y Belgrano hicieron en los tiempos nuevos de la nación sería reiterativo. Pero esta es tal vez una buena ocasión para reflexionar sobre el hábito educativo de exaltar figuras repletas de virtudes y al mismo tiempo tan poco humanas como las que suelen poblar los manuales escolares ¿Cuál es el espejo en que pretendemos que nuestros chicos y chicas se miren? ¿En uno que les muestre un arquetipo tan irreal como inalcanzable? ¿O en otro cuyo reflejo se parezca un poco más a ellos y que a pesar de las imperfecciones que la imagen que les devuelve, se convierta en una figura a la que quieren parecerse?
Avanza el proyecto para declarar a Bernabé Aráoz como héroe nacionalUna buena forma de humanizar a los próceres es entenderlos como hombres y mujeres de sus tiempos, con matices, luces y sombras, muchísimos errores, pero al mismo tiempo, con la determinación, el coraje y la inteligencia necesaria para lograr objetivos que otros quizás ni siquiera imaginaban. De algún modo, esa voluntad inexorable es la que les permitió a Belgrano y a Güemes cambiar el curso de la historia.
Este comentario viene al caso, porque se percibe desde hace algún tiempo en Tucumán la intención de algunos por imponer una imagen tan virtuosa e incuestionable de Bernabé Aráoz que luce ficticia. Y el único camino posible al que conducen esas campañas es a una tergiversación de los hechos.
No nos confundamos: como dijo alguna vez en este espacio Guillermo Monti, las corrientes historiográficas pueden ser pendulares, pero se sostienen en el método científico. No ocurre lo mismo cuando a la historia la intentan escribir los aficionados. Evitemos cometer con Aráoz un reduccionismo. Es una figura que merece un trato mejor.